martes, 17 de noviembre de 2009

LA BURBUJA POLÍTICA

LA BURBUJA POLÍTICA

Cuando hablamos de burbuja solemos referirnos a la económica como si fuera lo más grave que nos puede pasar, sin duda por una orientación de la vida política y personal en exceso economicista. Desde el neoliberalismo supone puro horror vacui ante la falta de capital sin el que no somos nadie, derivado de una avaricia materialista ilimitada. Desde la visión marxista porque hemos transformado toda política en política económica o en economía política. Y el caso es que ni una visión ni la otra nos permiten salir del laberinto. El pensamiento binario ya no funciona.
En contraposición, opino que lo que hemos creído fundamento no es más que un síntoma. La economía como ciencia puede ser un buen instrumento de análisis, que hemos convertido en categoría fundante de todo lo demás. Por eso ahora se está destapando lo que subyace bajo la crisis económica: una gran burbuja política. En la mesa de juego ha saltado la banca, las cartas se esparcen descubiertas y la gente empieza a contemplar lo que estaba oculto: un juego a muerte por el poder y los privilegios. Un poder que, como la hidra, tiene varias cabezas. ¿Qué hay que cambiar? El concepto mismo de “clase política”, porque ya tiene categoría de clase privilegiada.
Con la Revolución Francesa se creó esa clase política que representaba en el Tercer Estado a toda la nación, y que se transformó en Asamblea Nacional. De este modo se abolieron los privilegios que en los Estados Generales mantenían el alto clero y la nobleza. Claro que más tarde quedó excluido el proletariado (no propietarios), que con el tiempo han sido incluidos gracias a las diversas revoluciones socialistas. Por supuesto que las mujeres también estaban excluidas hasta el triunfo del sufragismo.
Pues bien, poco a poco, la evolución de la democracia ha ido derivando en la formación de una nueva clase de representantes que se han hecho acreedores de los antiguos privilegios del alto clero y de la nobleza. De ese Tercer Estado derivaron los tres poderes apadrinados por Montesquieu: el legislativo, el ejecutivo y el judicial. Poderes al fin que necesitaban cada vez más de un control externo, que nació con la prensa libre: el cuarto poder. Pero ese cuarto poder, y más con la proliferación de medios, está hoy en manos de grandes corporaciones que lo mismo invierten en armas que en cosméticos o en la sospechosa industria farmacéutica, comprando, por ejemplo, 37 millones de vacunas que no necesitamos, además de su dudosa eficacia. Se acabó la libertad de la prensa libre. ¿Tendremos que ir creando poderes que controlen a los ya establecidos? Pues si la marcha evolutiva de la humanidad lo exige, por supuesto.
Las cartas descubiertas sobre la mesa nos están mostrando las vergüenzas de una clase política que pretendemos que nos represente y que no está a la altura. Los más cínicos se conforman pensando que esa clase es el reflejo de nosotros mismos con nuestras mismas apetencias inconfesables; que a los políticos no les podemos exigir más de lo que nos exigimos a nosotros. Tal vez, pero tampoco menos. Y el tema es que la ciudadanía no goza de sus mismos privilegios. ¿Cuándo las fábricas podrían estar casi vacías sin que pasara nada? Pero sí el Parlamento. ¿Desde cuándo un ciudadano puede aspirar a un cargo sin demostrar su competencia, pero a un político le basta con pertenecer al “clan”? Sin contar con la proliferación de “cargos de confianza” a dedo y todo el despliegue de sueldos, coches, despachos, chóferes, secretarias y subalternos de todo tipo. ¿Cómo puede ser que el hecho de pertenecer al alto staff del clan te permita tener asegurada la subsistencia e incluso un retiro dorado en embajadas, fundaciones, universidades y otros inventos mantenidos con el erario público? ¿Cómo podría justificarse la connivencia de la clase política con las grandes corporaciones refugiadas en paraísos fiscales e incluso en mafias disimuladas? ¿Cómo consentir el sometimiento del Gobierno a la Iglesia en un país mucho más laico que creyente? ¿Por qué tragar con que los fondos que se han transferido a los ayuntamientos para crear empleo –para varones, por cierto- se destinen a hacer rotondas y más rotondas en lugar de guarderías, escuelas o centros de salud?
No voy a hablar de las corruptelas y grandes corrupciones que leemos en los periódicos y que no son más que la punta del iceberg. Casi en cada pueblo de España se reproduce el mismo modelo de sobornos, cohechos y enjuagues político-económicos que nos han convertido en clones marbellíes. Cuando el PSOE tuvo en sus manos el transformar de verdad España en un país más civilizado, lo que hizo fue crear la cultura del pelotazo, solapada tras una aparente “modernización” de autovías, AVE, parques temáticos y chalés adosados, sin que esto me lleve a ignorar otros logros en sanidad y educación masivas, pero de baja calidad. ¿Es de recibo que España sea el país europeo con más puti-clubs de Europa, que seamos los mayores consumidores de cocaína o los de más alto índice fracaso escolar? ¿Qué decir de las televisiones enfangadas en el famoseo, la violencia o el topicazo identitario? Algo huele a podrido, no en Dinamarca, sino en la piel de toro.
Me entero de que el PC acaba de concluir su Congreso con la sabia decisión de dar autonomía a Izquierda Unida, aquella oportunidad que surgió para que los independientes tuvieran voz y voto dentro de una estructura política. No pudo ser y dejó muchos muertos en el camino por las ambiciones y personalismos de unos cuantos, por el dogmatismo cerril de otros muchos que todavía no se han enterado de que estamos en el siglo XXI y de que si Marx volviera haría un análisis muy distinto del momento actual. Pero el Partido Comunista se convirtió en una religión con sus dogmas, sus profetas y sus mandamientos eternos.
En las próximas elecciones, gran parte de la izquierda (término caduco, por cierto) se va a abstener por no tener quien le represente. Sólo una IU mucho más abierta a la situación actual y a un análisis más inteligente tendría posibilidades de ser depositaria de esos votos y gobernar en colación con el Partido Socialista si éste prescindiera de ese odio visceral a todo lo que esté a su izquierda. Si IU admitiera plataformas de ciudadanos independientes en su seno sin la tutela del PC tal vez habría una posibilidad de cambio. Desde ahí habría que forzar una profunda transformación en todo el sistema de partidos, de votaciones y de una estructura de Estado que ya no puede marchar al ritmo de los tiempos. Ésta podría ser una etapa de transición hasta abocar en la formación real del Quinto Poder, de la participación de la ciudadanía organizada y preparada en las cosas de la polis. Otro día hablaré de este acuciante tema.

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